¿BORRÓN Y CUENTA NUEVA?
¿Se ha hecho usted alguna vez la pregunta, “cuántas veces perdona Dios a la misma persona”? O lo que aún preocupa más, ¿cuántas veces perdona Dios a la misma persona por el mismo pecado?
Hay un conocido refrán que dice: “Borrón y cuenta nueva”. No hay ser humano que no necesite un “borrón y cuenta nueva”. Cuando nuestra conciencia nos señala nuestras faltas y errores, cuando sentimos que hemos fallado, cuando algo dentro de nosotros nos reprende, nos consolamos diciendo que “errar es humano”. Pero lo que nosotros livianamente llamamos “fallas”, “faltas” o “errores”, la Palabra de Dios lo define de otra manera, como lo que realmente es: lo identifica como “pecado”. Y nadie puede decir que está libre de pecado, de culpa. El apóstol San Pablo así lo declara: “Por cuantos todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Ciertamente, todos somos culpables, todos estamos bajo una sentencia de muerte, pues “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).
Pero hay buenas noticias. Dios ha provisto un “borrón y cuenta nueva” para todos, sin excepción. Cristo vino a este planeta con la misión de borrar nuestros pecados. El mismo apóstol mencionado antes lo declara así por inspiración divina: “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados” (2 Corintios 5:19).
Muchos, dominados por el pensamiento de que Dios no puede perdonar sus gravísimos pecados, con el alma angustiada se hacen esta pregunta: “¿me aceptará Jesús siendo tan pecador?”
Permítame una ilustración. Si usted hace una compra, ¿estará dispuesto a recibir lo que ha comprado cuando el camión llegue a su casa con la entrega? El hecho de que usted pagó buen dinero para adquirir determinada mercadería es prueba suficiente de que estará dispuesto a recibirla; más aún, estará ansioso por tenerla en su poder. Mientras más alto haya sido su costo, mayor será la expectativa. Si entregó todo lo que tenía y además adquirió una deuda para toda la vida por esa compra, no cabe lugar a dudas de que cuando le entreguen lo comprado, lo aceptará.
Apliquemos esto a lo que Dios hizo en Cristo por nosotros: En primer lugar, nos compró: “Habéis sido comprados por precio” son las palabras del apóstol San Pablo; y el apóstol San Pedro nos dice también cuál fue el precio pagado por esa compra en la que fuimos ganados, comprados, rescatados “con la sangre preciosa de Cristo” (Hechos 20:28 y 1 Pedro 1:18,19).
Lo sorprendente es que Jesús no compró a determinada clase de personas, elegidas por méritos propios o al azar. No, él compró ¡al mundo entero! El apóstol San Juan dice así: “Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 S. Juan 2:2).
Todavía alguno puede insistir: “No soy digno; usted no conoce mi condición, ni mi corazón”. Y tiene razón, yo no conozco su condición, pero Dios sí conoce lo que hay en su corazón y en el corazón de cada ser humano. Nuevamente, el apóstol, refiriéndose a Jesús, dice: “…él sabía lo que había en el hombre” (S. Juan 2:24, 25).
Cuando Cristo vino a este mundo y miró de cerca lo que le interesaba comprar, no fue engañado; es decir, nadie “le metió gato por liebre”. Es cierto que la mercadería no estaba en buenas condiciones y que era deficiente e inoperante. Además, estaba descompuesta. Y a pesar de eso, concretó la compra. Y aunque podía haberlo hecho –y tenía el derecho de hacerlo–, no se quejó ni se queja de lo que compró.
¡Qué maravilla! ¡Qué gran amor! Nos compró con errores, con pecados, con deficiencias, para elevarnos a lo sumo: ¡hacernos hijos de Dios! Por eso el Señor está dispuesto a perdonar al pecador, siempre y todas las veces que se arrepienta de su pecado y le pida perdón. Pero hay algo que debiéramos saber sobre el perdón de Dios; algo que lo hace más que “borrón y cuenta nueva”, y es el hecho de que hay un poder insospechado en el perdón de Dios.
Cristo quiso ilustrar este poder de su perdón. Con ese explícito propósito hizo un milagro. El evangelio lo registra así: “Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados. Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: Este blasfema. Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque, ¿qué es mas fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa. Entonces él se levantó y se fue a su casa” (S. Mateo 9:2-8).
Los escribas, los fariseos, los líderes religiosos de Israel, no creían que Jesús tenía la potestad de perdonar pecados. Por eso Jesús realizó el milagro registrado por el evangelista. El quería ilustrar la dinámica del perdón y demostrar el poder del perdón.
Pero no terminó todo ahí; el efecto de las palabras de Jesús continuaron aún después de ser declaradas; hicieron un cambio en ese hombre, y el cambio fue permanente. Así debe ser, así puede ser, el acto del perdón de los pecados.
Existe una idea errónea sobre el perdón. Se cree que cuando Dios perdona, el cambio que se efectúa es en Dios mismo y no en la persona que recibe el perdón. Es decir, se piensa que Dios sencillamente cesa de guardar algo contra el que cometió pecado. En otras palabras, que Dios cambia de actitud hacia el pecador; pero eso es implicar que Dios es duro y que él guarda rencor, ira, enemistad contra el hombre.
Recordemos que Dios se reconcilió con el hombre en Cristo, cuando aún éramos pecadores, cuando éramos enemigos de la cruz, cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. En esas circunstancias fuimos comprados. En esas condiciones fue que Jesús murió por los impíos.
Hermano, Dios quiere que vayamos a él para pedir su perdón, no porque él guarde rencor o venganza. ¡No! No es porque Dios tiene o guarda un sentimiento de enojo en su corazón, sino más bien, porque el pecador tiene algo en su corazón. Dios está bien, es el hombre el que anda mal; Dios desea perdonar al hombre para que el hombre también esté bien.
El cambio que hace falta es el que debe efectuarse en el hombre, no en Dios. Cuando Jesús, ilustrando el perdón de los pecados, le dijo al paralítico: “Levántate, toma tu lecho y anda..”, el hombre se levantó y anduvo.
El poder concentrado en las palabras de Jesús lo levantó y lo hizo andar. Hay vida en las palabras de Dios. Jesús dijo: “Las palabras que yo os he hablado, son espíritu, y son vida.” (S. Juan 6:63)
La vida nueva que su cuerpo recibió y que lo capacitó para caminar fue una demostración, tanto para él como para los testigos oculares, de la dinámica de la vida invisible y espiritual de Dios que había recibido cuando Jesús declaró, “tus pecados te son perdonados”.
Cuando recibimos la palabra declarada de Jesús que nos dice: “Tus pecados te son perdonados” es una realidad que tenemos que creer, porque esa declaración es palabra de Dios. Al aceptarla somos nuevos hombres y mujeres, porque una nueva vida ha comenzado a obrar en nosotros.
El perdón de Dios es más que asentar una declaración de absolución en los libros jurídicos celestiales. Es más que borrón y cuenta nueva; el perdón genuino, el perdón de Dios en Jesús es borrón y persona nueva.
Recibir el perdón es recibir la misma vida de Jesús. Eso es lo que enseña la Palabra de Dios. El apóstol San Pablo nos ayuda a entender este principio, cuando dice: “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados” (Colosenses 1:14). Notemos dos cosas: en primer lugar se nos asegura que tenemos redención por la sangre de Cristo, y segundo, que esta redención es el perdón de los pecados.
Pero, ¿no dice la Escritura que somos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo? Sí, y eso es precisamente lo que el apóstol está queriendo enseñar aquí. Jesús, al darse a sí mismo, da su vida misma; al derramar su sangre, él derrama su vida y al entregarla nos la imparte a nosotros. Cuando Dios declara el perdón, quita el pecado y pone algo en su lugar. Al desaparecer el pecado, Dios trae su propia vida justa para sustituir lo que quita.
Es el comienzo de la vida cristiana. Es recibir la vida de Dios por la fe. El secreto de la vida cristiana es sencillamente no soltar esa vida de Dios, una vez recibida. Sí, hay poder en el perdón que Cristo da. Ese Jesús te dice hoy lo mismo que declaró a sus discípulos: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado”. Créelo. Recibe esa poderosa palabra, esa sangre de Jesús: la morada de Cristo en tu corazón a través del Espíritu Santo.
Hermano, recibe hoy ese perdón, ese borrón divino que te hace una persona nueva en Cristo Jesús.
Dios no hizo borron y cuenta nueva. La paga del pecado es muerte y efectivamente todos hemos pecado. Dios es justo, no paso por alto nuestro pecado como si nada hubiese pasado. Nuestra rebelión merecia un solo castigo la muerte y Dios Padre en Jesucristo lo descargo este castigo. No fue de gratis, no fue simplemente borron y cuenta nueva, fue un precio muy alto, la vida de su amadísimo Hijo Unigenito a cambio de la vida de sus enemigos. El precio pagado por mi pecado fue la sangre de su Hijo………. ahhhhhh si dimensionaramos esta verdad…….. nunca entenderemos el precio tan alto pagado por Jesucristo por nuestros pecados. El y solo El (Jesucristo) sabe lo que es renunciar a todo por amor….. Jesucristo pago por mí, ahora El es mi dueño, El es mi camino y mi meta. conocerlo a El es lo único por lo que vale la pena vivir !!!
Si Dios es bueno, Gracis Dios le Bendiga!