LA PROMESA DEL GENERAL
Por: Gerardo Michel
En 1795 la guarnición de Nantes, en la Francia revolucionaria, contaba entre sus miembros a un joven cabo llamado Cambronne. Inteligente y valeroso, este militar había contraído desgraciadamente la costumbre de beber y hasta de embriagarse a menudo. Cuando estaba ebrio, Cambronne no era dueño de sus actos y un día se dejó arrebatar hasta golpear a un oficial que le daba una orden. Los reglamentos eran severos. Cambronne tuvo que comparecer ante el consejo de guerra y fue condenado a muerte.
El coronel del regimiento que apreciaba mucho las cualidades militares de su cabo, pidió el indulto de Cambronne al comisario de gobierno. ¡Imposible! contestó este último. Es necesario administrar un castigo ejemplar. Sin él, el ejército pierde su disciplina. El cabo Cambronne morirá.
Pero el coronel insistió con tanta elocuencia que obtuvo el indulto del cabo, a condición de que nunca más se embriagara mientras estuviera en el ejército. El coronel se dirigió inmediatamente a la cárcel militar para anunciar la buena nueva al preso. Entabló con Cambronne el patético diálogo que ha conservado Monseñor de Segur en sus instrucciones familiares:
Cabo, has cometido una falta grave. Es verdad, mi coronel. Y usted ve dónde estoy. Voy a pagarla con mi vida. Tal vez. ¿Cómo tal vez? Usted conoce el rigor de la ley militar. No puedo esperar indulto. Sólo me espera la muerte. No, amigo mío. No debes morir todavía. Te traigo el indulto, así que no desesperes más. Con trabajo lo he arrancado al comisario de gobierno. Anula tu condena y hasta te devuelve el grado militar. Pero hay una condición.
¿Una condición? ¡Hable, mi coronel, hable! Haré todo lo que pueda para salvar la cabeza y, sobre todo, mi honor.
La condición es que nunca más te embriagues. ¡Oh, mi coronel, eso es imposible! -¿Cómo “imposible”? ¿Ni siquiera para escapar de la muerte? Te fusilarán mañana, Piénsalo. Es que, mi coronel, para que no me embriagase más seria necesario que no tocara más el vino, porque cuando empiezo una botella tengo que terminarla. No puedo detenerme y me es imposible prometer que no me embriagaré más.
- Pero, infeliz, ¿no puedes prometer que no beberás más vino?
- ¿Nunca más?
- ¡Claro!
- ¡Oh, pero es demasiado lo que usted me exige, coronel. ¡Nunca más tocar el vino! ¡Nunca más beber! Pero, mi coronel, si yo prometiera no tomar más vino en la vida, ¿quién garantizaría mi promesa?
- Tu palabra de honor. No necesito otra cosa. Te conozco y sé que cuando la das no faltas a ella. ¿Qué decides, Cambronne?
- Usted es demasiado bueno conmigo, mi coronel. Le agradezco su confianza; la aprecio aún más que el indulto que usted me trae. Dios nos oye. Yo, Cambronne, juro que jamás en mi vida dejaré que una gota de vino toque mis labios. ¿Está conforme, mi coronel?
- Sí, amigo mío; estoy conforme. Mañana serás hombre libre. Sé un soldado valiente. Dedica al servicio de la patria la vida que hoy te devuelve.
A la mañana siguiente el cabo Cambronne reanudaba su servicio. 25 años más tarde, en París, en apacible retiro, vivía un glorioso héroe de la epopeya napoleónica, el general Cambronne, que había sido en Waterloo el comandante de uno de los últimos cuadros de la guardia vieja, aquel que habla dado la célebre respuesta: “La guardia muere, pero no se rinde”.
Un coronel que se gloriaba de haber tenido antaño a sus órdenes a ese paladín legendario, resolvió un día invitarlo a su mesa. La comida se iniciaba. El coronel, pensando que las delicias de un vino añejo no podían sino cimentar la amistad de dos antiguos hermanos de armas, ofrecía un vaso a su huésped. Al ver esto, Cambronne asumió un aire asombrado y, ligeramente irritado, dijo:
-¿Qué me ofrece usted? -Pues vino del Rin, mi general, y del bueno; tiene más de cien años. Difícilmente lo hallará semejante en París. Le aseguro que es excelente. Pruébelo.
-¿Y mi palabra de honor, coronel, mi palabra de honor? -exclamó Cambronne-. ¿Y Nantes, la cárcel, el indulto y mi juramento? ¿Olvidó usted todo eso, mi buen amigo? ¿Con quién confunde usted a Cambronne? Desde aquel día, ni una sola gota de vino tocó mis labios. Lo prometí y cumplí mi palabra.
Y el viejo coronel se felicitó una vez más por haber conservado para Francia al general Cambronne: un hombre tan valiente en la abstinencia como en las acciones militares.