Censura y vergüenza

Censura y vergüenza

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“Judas tenía un elevado concepto de su capacidad administrativa. Se consideraba muy superior a sus condiscípulos como hombre de finanzas, y los había inducido a ellos a considerarlo de la misma manera. Había ganado su confianza y tenía gran influencia sobre ellos. La simpatía que profesaba a los pobres los engañaba, y su artera insinuación los indujo a mirar con desagrado la devoción de María.” Jesús discernía los motivos del corazón del discípulo. Habría sido fácil exponerlo como traidor, pero “si Cristo hubiese desenmascarado a Judas, esto se hubiera considerado como un motivo de la traición. Y aunque acusado de ser ladrón, judas hubiera ganado simpatía hasta entre los discípulos. El Salvador no le censuró, y así evitó darle una excusa para traicionarle. Pero la mirada que Jesús dirigió a judas le convenció de que el Salvador discernía su hipocresía y leía su carácter vil y despreciable”.

Judas había adoptado una posición dramáticamente crítica de las acciones de María. Ahora, Jesús adoptó una actitud decididamente opuesta. El discípulo interpretó como un insulto el apoyo que Jesús le brindó a María. Sintió que había sido desprestigiado ante los otros; y sintiéndose reprendido, decidió “De la cena fue directamente al palacio del sumo sacerdote, donde estaba reunido el concilio, y ofreció entregar a Jesús en sus manos”. Los sacerdotes se alegraron mucho, porque se les presentaba la oportunidad de apresar a Jesús discretamente y sin conmociones. Judas había tenido todas las oportunidades concedidas a los demás discípulos, y sin embargo, había permitido que la codicia lo dominara. Se resentía por el gasto hecho en honor de Jesús, y deseaba que ese dinero hubiera ido a parar a sus propias manos. En este sentido, duplicó el pecado de Satanás, quien codició la posición de Cristo y quiso ocuparla él. El hecho de que el frasco de perfume costara 300 denarios se desvaneció en el precio miserable que le asignó a su Señor. A pesar de su habilidad como tesorero, judas hizo una transacción pobrísima. ¡Vendió a su Maestro por una fracción del costo del ungüento! Por 30 piezas de plata (equivalente a 120 denarios), el precio de un esclavo, traicionó a su Señor.

Quizás nosotros tampoco la comprendemos o apreciamos como debiéramos hacerlo. 

“La soledad de Cristo, separado de las cortes celestiales, viviendo la vida de los seres humanos, nunca fue comprendida ni apreciada por sus discípulos como debiera haber sido”.

Entonces Jesús dijo: “Déjala” Juan 12:7.

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