La divinidad fulguró a través de la humanidad

La divinidad fulguró a través de la humanidad

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Jesús había limpiado el templo al comienzo de su ministerio, en la primavera del año 28 d.C. Ahora volvió a contemplar con mirada penetrante el atrio exterior profanado. “El estado de cosas era peor aún que entonces. El atrio exterior del templo parecía un amplio corral de ganando. Con los gritos de los animales y el ruido metálico de las monedas, se mezclaba el clamoreo de los airados altercados de los traficantes, y en medio de ellos se oían las voces de los hombres ocupados en los sagrados oficios. Los mismos signatarios del templo se ocupaban en comprar y vender y en cambiar dinero. Estaban tan completamente dominados por su afán de lucrar, que a la vista de Dios no eran mejores que los ladrones”.

Todos los Ojos se volvieron hacia él. “Los sacerdotes y gobernantes, los fariseos y gentiles, miraron con asombro y temor reverente al que estaba delante de ellos con la majestad del Rey del cielo. La divinidad fulguraba a través de la humanidad, insistiendo a Cristo con una dignidad y gloria que nunca antes había manifestado. Los que estaban más cerca se alejaron tanto de él como el gentío lo permitía. Exceptuando a unos pocos discípulos suyos, el Salvador quedó solo. Se acalló todo sonido. El profundo silencio parecía insoportable. Cristo habló con un poder que influyó en el pueblo como una poderosa tempestad: ‘Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada, mas vosotros cueva de ladrones la habéis hecho. Su voz repercutió por el templo como trompeta. El desagrado de su rostro parecía fuego consumidor”. Jesús estableció su carácter de Dueño legítimo de los atrios del templo. Se irguió como Amo y Rey, mostrando claramente la majestad que la multitud había procurado otorgarle el día anterior.

Hacía tres años que los sacerdotes habían huido aterrados ante Cristo, y desde entonces perduraba en ellos la vergüenza de su ignominiosa retirada. Habían decidido que nunca más olvidarían su dignidad al punto de huir de un Hombre tan humilde. “Sin embargo, estaban ahora más aterrados que entonces y se apresuraron más aún a obedecer su mandato. No había nadie que osara discutir su autoridad. Los sacerdotes y traficantes huyeron de su presencia arreando su ganado”.

 

Si Jesús llegara al vestíbulo de nuestra iglesia, ¿qué sonidos llegarían a él? ¿Alabanzas, o el ruido de las conversaciones comunes? Pensemos en la actitud que asumimos al adorar en su casa.

Les enseñaba diciendo: ‘¿No está escrito que mi casa será llamada casa de oración, para todas las naciones? Pero vosotros la habéis hecho una cueva de ladrones” Marcos 11:17.

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